jueves, 14 de junio de 2007

Leonidas y las Termopilas

JAIME GARCÍA BERNAL
La historia de Leónidas y los trescientos espartiatas que desafiaron al colosal ejército persa dirigido por Jerjes en el desfiladero de las Termópilas (480 aC) ha sido motivo de inspiración de políticos y artistas durante siglos. Resulta tentador (y seguramente rentable) atribuir a un pueblo de héroes la salvación de Europa, imaginando que de no haber obrado su gesta, otra muy distinta hubiera sido la historia del viejo continente, abandonado a la suerte de los invasores asiáticos.

Esta raza de irreductibles guerreros atrajo a Napoleón que encargó al pintor Jacques-Louis Davis su famoso cuadro de los preparativos para la batalla, y en el epígono del III Reich, fue ejemplo para la enfermiza mente de Hitler embarcada en su delirante deriva. La reciente película de Zack Znider, basada en el cómic de Frank Miller, tal vez asombre por su estética pulp, pero poco aporta a la comprensión de la heroica jornada que sigue retratada como disputa maniquea, sin que se explique bien la decisión final, arriesgada y temeraria del rey agíada. Se ha perdido la ocasión para dar una visión más profunda de la contienda, sin perder por ello emoción, pero se ve que la sombra del conflicto de civilizaciones pesa mucho en las productoras de Hollywood.

Para enterarnos bien del asunto traemos a estas páginas dos libros muy distintos pero, en cierto modo, complementarios. Termópilas de Paul Cartledge es una brillante narración del singular episodio de uno de los especialistas más reputados sobre la historia de los lacedemonios, a la que ha dedicado más de treinta años de carrera académica. Esparta, de César Fornis, profesor de la Universidad de Sevilla, aporta el imprescindible contexto histórico sobre la civilización espartana, en una monografía modélica.

Ambas reconocen la impronta que dejó Critias, unos de los Treinta Tiranos, sobre la historiografía griega y posterior en la configuración del mito espartano, o en palabras de François Ollier que hicieron fortuna, del espejismo espartano, forjado en el yunque de las Termópilas. Cartledge apunta la ambición literaria del déspota como origen del espartanismo popular que emana en Platón, Plutarco y sobrevive hasta Montaigne y Rousseau, mientras que César Fornis atribuye la revalorización del modelo espartano de la sobriedad y el sacrificio a la crisis de la democracia ateniense del siglo V que desembocó en el clisé de la diferencia radical de Esparta sobre el resto de las polis griegas. Exceso de singularidad que el autor español matiza retratando un ciclo histórico que tiene mucho en común con otros pueblos griegos. Para empezar comparte la idea de ciudad autogobernada e independiente en política exterior propia la de la polis, a la que añadiría la autosuficiencia, ventaja que convirtió a Esparta en modelo ideal para muchos griegos.

La peculiaridad de Esparta está, como advirtió Jenofonte, en su especialidad artesanal, en su techné, que no era sino el arte de la guerra. En las Termópilas (volviendo al libro de Cartledge) se puso de manifiesto, en sumo grado, esta habilidad codificada durante siglos. Ahí reside el interés histórico del acontecimiento. No es la musculatura de la batalla, sino la cultura que hay detrás, lo que raya a la altura de Zeus en la angostura del paso mítico. Esta cultura que había interiorizado la obediencia, la competición y el sacrificio como signos distintivos del hombre libre, fue la que dio esperanzas a los griegos en su desigual guerra contra los persas del rey Jerjes según la versión más extendida de Heródoto. En fin, la que mantuvo en pie, aún por medio siglo, la independencia de la Hélade.